HISTORIAS PERDIDAS
El mundo que designa Alejo Carpentier, en su novela El reino de este mundo, es una ironía a lo real maravilloso; a ese menester de enardecer y enaltecer lo inverosímil, como si esto fuese inherente al misticismo que rodea a América. El tono irónico es sutil, es ejemplificador, poco a poco —mientras las líneas de la novela corren — hace ver al lector que lo real maravilloso no se encuentra en los elementos sobrenaturales, ni en la sobreposición de objetos que por esencia son contrarios y mucho menos en otro mundo, sino en éste: en el reino de este mundo, en sus hombres (tanto blancos como negros), en la naturaleza, en el arte y sobre todo en el espectador. Sí, espectador, en cómo éste con detalles cotidianos y diversos puede encontrar lo maravilloso, lo que sublime su espíritu.
Además de la ironía podemos encontrar a un Haití histórico, lleno de sangre y revolución, a una realidad que muchas veces se olvida en los libros de historia, porque al final de cuentas ahora sólo recordamos que México encontró su independencia en 1810, y las pequeñas islas que circundan a la “Tierra Azteca” se difuminan con etiquetas de playas paradisíacas, pero lejanas. Totalmente ajeno a este planteamiento, Carpentier, invoca al conocimiento de América, a la valoración de la historia que fomenta la no repetición. Dicha reincidencia es clarificada en la novela con la esclavitud que vuelve, una y otra vez, de diferentes mandos, de diferentes castas y el resultado siempre será una lucha interminable contra la sublevación.
Las descripciones que se manejan en El reino de este mundo no son en ningún momento un artificio de relleno, éstas definen y sustentan una razón de ser. El escenario se reviste de significación, los personajes van más allá de palabras acartonadas y menciones históricas, los sacrificios toman una valoración diferente a barbarie, la idiosincrasia es casi palpable —las vírgenes morenas, los brebajes y ritos nocturnos — y el olor a esclavitud se diluyen con el de libertad.
Finalmente, los personajes son diametralmente complejos. Ti Noel que vive en el hecho estético, como menciona Borges en su ensayo sobre “La muralla y los libros”(1), en la inminencia de una revelación. Así es como el haitiano entiende que el mundo le está hablando, que el sufrimiento revela fortaleza y que la alegría sólo antecede ese margen que nunca está sobre terreno fijo; de igual manera, los hombres en su búsqueda por libertad encuentran las ansias de poder, de sobrepasar al prójimo sea cual sea su raza.
(1) Jorge Luis Borges, “La muralla y los libros”, Jorge Luis Borges, Obras completas. Argentina, 2005.