jueves, 2 de julio de 2009

Otra nota sin texto


HISTORIAS PERDIDAS

El mundo que designa Alejo Carpentier, en su novela El reino de este mundo, es una ironía a lo real maravilloso; a ese menester de enardecer y enaltecer lo inverosímil, como si esto fuese inherente al misticismo que rodea a América.  El tono irónico es sutil, es ejemplificador, poco a poco —mientras las líneas de la novela corren — hace ver al lector que lo real maravilloso no se encuentra en los elementos sobrenaturales, ni en la sobreposición de objetos que por esencia son contrarios y mucho menos en otro mundo, sino en éste: en el reino de este mundo, en sus hombres (tanto blancos como negros), en la naturaleza, en el arte y sobre todo en el espectador. Sí, espectador, en cómo éste con detalles cotidianos y diversos puede encontrar lo maravilloso, lo que sublime su espíritu.

            Además de la ironía podemos encontrar a un Haití histórico, lleno de sangre y revolución, a una realidad que muchas veces se olvida en los libros de historia, porque al final de cuentas ahora sólo recordamos que México encontró su independencia en 1810, y las pequeñas islas que circundan a la “Tierra Azteca” se difuminan con etiquetas de playas paradisíacas, pero lejanas. Totalmente ajeno a este planteamiento, Carpentier, invoca al conocimiento de América, a la valoración de la historia que fomenta la no repetición. Dicha reincidencia es clarificada en la novela con la esclavitud que vuelve, una y otra vez, de diferentes mandos, de diferentes castas y el resultado siempre será una lucha interminable contra la sublevación.

            Las descripciones que se manejan en El reino de este mundo no son en ningún momento un artificio de relleno, éstas definen y sustentan una razón de ser. El escenario se reviste de significación, los personajes van más allá de palabras acartonadas y menciones históricas, los sacrificios toman una valoración diferente a barbarie, la idiosincrasia es casi palpable —las vírgenes morenas, los brebajes y ritos nocturnos — y el olor a esclavitud se diluyen con el de libertad.

            Finalmente, los personajes son diametralmente complejos. Ti Noel que vive en el hecho estético, como menciona Borges en su ensayo sobre “La muralla y los libros”(1), en la inminencia de una revelación. Así es como el haitiano entiende que el mundo le está hablando, que el sufrimiento revela fortaleza y que la alegría sólo antecede ese margen que nunca está sobre terreno fijo; de igual manera, los hombres en su búsqueda por libertad encuentran las ansias de poder, de sobrepasar al prójimo sea cual sea su raza.

           


(1) Jorge Luis Borges, “La muralla y los libros”, Jorge Luis Borges, Obras completas. Argentina, 2005. 

Primer comentario al margen


SOBRE DOÑA BÁRBARA

 

 

La sincronía entre dos mundos radicalmente opuestos se logra en la obra de Rómulo Gallegos, escritor venezolano, Doña Bárbara(1). Ésta busca la unificación de los valores intelectuales y barbáricos; la ciudad y el llano se compaginan y establecen una unión idónea para construir lo que sería una literatura regionalista.

            La vista del llano y sus alrededores la proporciona el narrador, mientras que los monólogos internos de los personajes conceden una perspectiva más certera de lo que es la vida de la barbarie. Este último término lo emplea el narrador para hacer un contraste entre los dos mundos que se unirán a partir de un hombre (personaje) en la novela: Santos Luzardo.

            Dicho personaje, a pesar de que la novela se llama Doña Bárbara, es el protagonista de la novela; su presencia es la desembocadura de los conflictos de todos los habitantes de la antigua Altamira. Él simbolizará la esperanza y civilización del llano araucano; sin embargo, también sufrirá transformaciones como todo lo que llega a la llanura venezolana. Lorenzo Barquero, otro personaje consumido por la devoradora de hombres, afirma: “Tú también eres una mentira que se desvanecerá pronto. Esta tierra no perdona. Tú también has oído de la devoradora de hombres”(2). Al principio del texto este apelativo es atribuido a Doña Bárbara, mujer varonil y cacique del llano araucano; empero, al terminar la novela se observa que esta denotación es dado a la tierra que consume a la ideas civilizadoras de los hombres, a las ideas rústicas de sus habitantes y a las leyes naturales del lugar: “Fue la rebelión de la llanura, la obra del indómito viento de la tierra ilimite contra la innovación civilizadora”(3).

 Así como hay personajes que circundan en estos dos extremos, también hay otros que — a lo largo de la novela —se desarrollan y encuentran un equilibrio entre estos dos mundos. Uno de ellos es el capataz Antonio que al principio de la novela es descrito como un hombre de campo con principios arraigados en cuanto a la ley del llano; mas, con el transcurso de los acontecimientos él es uno de los primeros en darse cuenta que la violencia y los exabruptos no son los medios para la mejora de su lugar de origen.

Asimismo, se encuentra Marisela. Ella es la clara personificación de la lealtad, el progreso y el derrumbamiento de la superstición que coacciona en el llano. Este fanatismo es abatido mediante el raciocinio, aunque también es muestra de la ingenuidad e inocencia de la llanura.

            La novela es un grito curativo contra los prejuicios y las ideas del buen vivir. Grita y sanciona a quienes piensan que para ser hombre civilizado se tiene que vivir en algún lugar determinado. Da una bocanada de júbilo a la unificación de valores y al derrumbamiento de la tiranía, el caciquismo, al racismo y a toda discriminación. Prevalece la idea de que los extremos son desfavorecedores y que la lucha por encontrar un punto medio es el principio de la verdadera civilización.


(1) Rómulo Gallegos. Doña Bárbara. Editorial Porrua, 12° edición, México, D.F. 1997. 

(2) Rómulo Gallegos. Doña Bárbara. Editorial Porrua, 12° edición, México, D.F. 1997, p. 71.

(3) Ibíd., p. 142. 

jueves, 18 de junio de 2009

1)

Para la creación de este pequeño espacio cibernético (y literario) se tomó como referencia al libro, del escritor Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía.